Agustín García Calvo es poeta, dramaturgo, traductor, filólogo..., y ejemplo de pensamiento vivo, pensamiento que "se deja" razonar, que "se deja" hablar desde la razón común, razón de todos, el logos, que es también sentir común, intentando dejar a un lado lo personal y las opiniones personales. Presentamos aquí un artículo sobre 'Aprender a morir'. Podéis mirar la página web de Editorial Lucina y sus blogs, donde hay artículos, vídeos, audios, etc., de la obra numerosísima de Agustín y algunos amig@s.
PARA 'APRENDER A MORIR'
Es un aprendizaje que, desde el origen de los tiempos, el vulgo filosófico ha estado aconsejando y pregonando; los más lo entendían como aprender a pasar el trance de morirse, con lo menos posible de angustias y tormentos; algunos pocos, más a fondo, como aprender a estar muerto, esto es, asomarse a la eternidad infinita del tiempo que uno tiene para estar muerto, o sea para no estar. Pero, en todo caso, hay cosas harto graves en esa pretensión de que aprenda a morir uno: la una, que se reconoce mi muerte futura y se la da ya por hecho; la otra, que se cree que mi muerte es una muerte como las muertes de los otros, un caso de 'muerte', de manera que la experiencia de las muertes pueda servirme para mejor vivir la mía. Ahora bien, una de las grandes perogrulladas que últimamente he tenido que descubrir, con no poco asombro de no haberla oído formulada antes, es ésta: de mi muerte no hay experiencia alguna. Mi muerte es futura por esencia: no es un hecho (de ahí se desprende sola la formulación inversa, políticamente tan interesante, de que no hay más futuro que la muerte, y cualquier futuro que se le venda a uno es nombre disimulado de la muerte), y de mi muerte no hay otros ejemplares, de manera que la experiencia de las muertes de otros (que encima no pueden, por definición, hablar y dar razón de su experiencia) no sirve de nada para el tratamiento de la mía. Así que aprender a morir casi parece la declaración extrema de la resignación, y, por tanto, de colaboración con el Poder (Estado y Capital), que, como se sabe, vive de administrar la muerte: el aprendiz de su muerte, menos violentamente que los suicidas, pero en igual sentido, le está quitando trabajo al juez y al verdugo. Y, en fin, como no hay Poder sin falsificación, al querer aprender a morir, estoy dando por buena la contradicción sobre la que toda la Administración se asienta: que, al mismo tiempo que yo soy yo, un caso único, singular, irrepetible, al mismo tiempo soy Fulano de Tal y mi muerte por tanto semejante a la de Mengano y la de Perengano, y que así, cuando las barbas de tu vecino veas pelar... Más razonable y vivo tal vez, intentar, por el contrario, descubrir y denunciar esa contradicción en que se quiere que vivamos (una vida que no es vida).
Agustín G. Calvo, tomado del libro Que no, que no.1998, Ed. Lucina
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