Filosofa en Murcia

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Deja que tus neuronas vuelvan a patinar

viernes, 27 de abril de 2012

En esencia, la teoría darwinista de la evolución viene a decir que los descendientes de un ser vivo presentan ligeras diferencias morfológicas entre sí y que esas diferencias inciden sobre sus posibilidades de sobrevivir en un determinado entorno. Los ejemplares mejor adaptados, tendrán mayores posibilidades de llegar a adultos y transmitir sus características ventajosas a su prole. Por el contrario, los especímenes peor dotados, tendrán más dificultades para reproducirse y sus características menos eficientes desaparecerán con ellos y no se incorporaran al patrimonio genético de la especie.
 
Afinando un poco más, podemos decir que, en términos muy simplificados, el darwinismo se sustenta en tres postulados:
  1. Todos los seres vivos proceden de un antepasado común.

  2. Los cambios de forma que han experimentado las distintas especies desde el antepasado común, se han producido mediante la acumulación de cambios graduales y minúsculos, de naturaleza aleatoria.

  3. La evolución se produce cuando la Selección natural actúa sobre los cambios aleatorios (2) y elimina las variedades menos eficientes antes de que tengan oportunidad de reproducirse y transmitir sus características negativas.

Al día de la fecha no se ha descubierto nada que invalide estos postulados y no existe ninguna otra explicación plausible y sí muchas predicciones y confirmaciones de estos postulados en campos tales como la cría selectiva, la genética, o la programación evolutiva en el campo informático.

Las repercusiones de esta teoría, firmemente afianzada en la ciencia actual, y hasta en la religión, han sido muchas.

La teoría darwinista nos viene a decir, en síntesis, que todo aquello que existe en el ámbito de los seres vivos, tiene una función y un propósito, porque de no ser así no se habría formado a lo largo de un largo periodo evolutivo.

En la economía de supervivencia de los seres vivos, todo aquello que no es útil se vuelve un peso muerto que lastra las expectativas de supervivencia del individuo.

Incluso los comportamientos han de tener una razón de ser y la razón de ser, tanto de los comportamientos como de todas las características morfológicas de un individuo normal, hay que buscarlas, únicamente, en su contribución al propósito general de sobrevivir y dejar descendencia. Y nada más.

A partir de esa poderosa visión simplificadora, todo adquiere una nueva dimensión interpretativa, un nuevo origen y un nuevo destino.
El amor ya no es una potencia del alma inmortal, sino un instinto animal dirigido a la procreación y al mantenimiento de la pareja para hacer frente a la crianza de los hijos.

El odio deja de ser un ominoso pecado merecedor del castigo eterno, para pasar a ser un sentimiento que nos protege del oportunismo depredador de los demás.

La fidelidad no es una virtud teologal de obligada observancia, sino una estrategia para asegurarse el mutuo compromiso de sacar adelante la dotación genética de ambos miembros de la pareja, almacenada en los retoños.

Dios ya no es el gran diseñador que explica y justifica nuestras concepciones éticas sobre el bien y el mal, y tampoco nos recompensará o castigará después de la muerte, dado que Darwin ha aportado una explicación que lo hace tan innecesario como absurdamente redundante y mimético con la teoría darwinista.

Dennet lo expresa muy bien diciendo que la teoría darwinista representa una especie de "ácido universal" que ha disuelto todas las teorías poéticas que la Humanidad había ideado para explicar el universo y la realidad. Pero debajo de las viejas estructuras carcomidas por el ácido universal, surge otra realidad infinitamente más sólida, bella y sorprendente, aunque menos ñoña y autocomplaciente, hecha a medida de mentes más maduras y abiertas a la auténtica realidad que habitamos.

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